El detective José Saborido recorrió la pequeña sala incontables veces, como si buscara en los rincones del cuarto las respuestas a sus interrogantes, el cuarto era su mente, y en ese momento, él todavía era él. El mismo mediocre de siempre, de aquellos que se resignan a vivir la vida.
José sabía, sin lugar a dudas, que su INOCENCIA no le dejaría ver las cosas, que Rubén tenía razón ("Usá la cabeza", le decía) pero las decisiones bonitas son las más fáciles de tomar. Su INOCENCIA seguiría manteniendolo en la mediocridad, ese día en particular.
- Su rostro salió en todas las cámaras de seguridad, y fue tan amable de dejar sus huellas dactilares por todo el local.- Dijo José al malviviente, mientras terminaba su octavo cigarrillo.- Encontramos el material robado en su camioneta y tenemos varios testigos oculares de su escape.. Tiene algo para decir?.- Concluyó.
- Soy inocente.- Respondió el ladrón, con una decisión y carisma imperfectibles.
Como era de esperar, el detective Saborido exoneró al delicuente de todo cargo, y se encargó personalmente de ofrecerle las disculpas en nombre del departamento de Policía. ¿Porqué condenarlo? ¡Era inocente dijo!.
a
Su esposa lo esperaba en casa, como todos los días, como había sido, fue y sería siempre. Esa casa repleta de fotografías de aquella pareja de extraños en los que José ya casi ni reparaba. Pero no ese día. Parte de ser mediocre consiste en asomarse a la realidad, y decidir volver a lo mismo. El detective tomó una de las fotografías, dubitativo, al tiempo que su mujer se acercaba desde atrás y lo saludaba, obligandolo a levantar la vista, y entonces los vio.
La pareja de extraños estaba ahí, en su living, los vio saludarse a través del espejo del aparador, y curiosamente, el jóven llevaba una fotografía en la mano.
- Te amo, mi amor.- Dijo la joven de la foto.
- Yo también, querida.- Respondió el muchacho, con una sonrisa en el rostro.
- Hipócritas .- Pensó José.- El amor no existe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario